1

Quiero ser verdad, luz y no vasija.

Me da miedo mostrarme segura de mí misma, porque pasar desapercibida y hacerme pequeñita, es muy fácil, pero destacar y confiar en mí misma me crea dudas e incógnitas, ¿caeré mal? O me aman o me odian. Como cuesta mostrarnos como somos, pero que bien sienta. Yo quiero ser verdad, luz y no vasija. La que aporta la luz y no la que la recibe. Y es que cuenta la historia que había luces que iluminaban vasijas, y estas que recibían energía se impacientaban y frustraban ya que necesitaban la luz y tardaban en conseguirla. Un día una vasija que lucia llena, se dio cuenta de que había otra que estaba vacía y decidió darle un poco de su luz y otro poco a otra vasija apagada y cuanta más luz compartía, más tenía y es que ella no era una vasija, ella era una luz.

1

Lo que me enseñó un cactus

EL CACTUS QUE QUERÍA SER ROSAL Y SE CONVIRTIÓ EN JIRAFA.

Había una vez un ser muy poderoso, que concedía al azar, un espacio donde vivir, a cada planta. Estaban los rosales, a los que había concedido un espacioso y fértil prado, donde crecer y desarrollar su hermosura. Los jacintos, con una parcelita muy bien ubicada y los cactus, en específico uno, al que le había tocado un minúsculo trozo de tierra. Un estrecho cubículo para un estresado oficinista. El cactus sintiéndose enjaulado, empezó a llorar y a llorar, hasta que no le quedaron más lágrimas y lo único restante era un cactus escultural, magnífico y esbelto, ya que sus gotas de tristeza habían servido de fertilizante, para que el cactus creciese en dirección al cielo, ya que debido a su posición no podía crecer en otra dirección. Y ya desde lo alto, contemplando los ya insignificantes rosales, que ahora eran borrosas manchas rojas, pudo aprender la más valiosa lección, que no importa donde hayas nacido sino a donde llegues, y este cactus llegó alto.

Hay días que me veo reflejada en un cactus, verde, con mucho potencial y llena de vida, pero con unos pinchos por si alguien se atreve a descubrirlo.

-Izagre