Un día como este, hace siete años, una cría que casi no llegaba a los estantes altos de los supermercados, y tenía que coger una banqueta, tuvo la descabellada idea de sentarse en esa misma banqueta, y escribir, solo escribir, sin sentido, o al menos, no previo.
Y no, no se golpeó la cabeza con ningún tipo de silla, ni le entró vértigo de subir a estantes elevados, la verdad es que le salió del corazón.
Cogió el boli, intentando no apretarlo demasiado. Lo apretó. Era difícil. Y solo empezó a mover la muñeca, movimientos seguidos, fluidos, pero tampoco nada de otro mundo, o eso creía ella.
Y antes de darse cuenta, lo había publicado. Había mandado la señal al mundo, como quien lanza palabras al aire o pipas al suelo. Descuidado pero absolutamente consciente. Se iban a enterar. Y parpadeó, y en ese momento, se le pasaron por la mente una mezcla de antepasados, sopa en brick, recuerdos borrosos, y una lista de infinitas razones para no hacerlo, pero en otro breve parpadeo, lo deshecho, no lo de la sopa, a eso volvería más tarde.
Y sin más dilación, ese parpadeo sin intención, acabó en un revoltijo, o en un tornado y no hablemos del colapso mental que se vino más tarde. El caso es que con un pizca de chispa y otra de gracia, acabó estando donde quería, en lo alto de la banqueta, en su salsa.
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