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No dudes en subirte a una buena banqueta

Un día como este, hace siete años, una cría que casi no llegaba a los estantes altos de los supermercados, y tenía que coger una banqueta, tuvo la descabellada idea de sentarse en esa misma banqueta, y escribir, solo escribir, sin sentido, o al menos, no previo.

Y no, no se golpeó la cabeza con ningún tipo de silla, ni le entró vértigo de subir a estantes elevados, la verdad es que le salió del corazón.

Cogió el boli, intentando no apretarlo demasiado. Lo apretó. Era difícil. Y solo empezó a mover la muñeca, movimientos seguidos, fluidos, pero tampoco nada de otro mundo, o eso creía ella.

Y antes de darse cuenta, lo había publicado. Había mandado la señal al mundo, como quien lanza palabras al aire o pipas al suelo. Descuidado pero absolutamente consciente. Se iban a enterar. Y parpadeó, y en ese momento, se le pasaron por la mente una mezcla de antepasados, sopa en brick, recuerdos borrosos, y una lista de infinitas razones para no hacerlo, pero en otro breve parpadeo, lo deshecho, no lo de la sopa, a eso volvería más tarde.

Y sin más dilación, ese parpadeo sin intención, acabó en un revoltijo, o en un tornado y no hablemos del colapso mental que se vino más tarde. El caso es que con un pizca de chispa y otra de gracia, acabó estando donde quería, en lo alto de la banqueta, en su salsa.

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Lo que me enseñó un cactus

EL CACTUS QUE QUERÍA SER ROSAL Y SE CONVIRTIÓ EN JIRAFA.

Había una vez un ser muy poderoso, que concedía al azar, un espacio donde vivir, a cada planta. Estaban los rosales, a los que había concedido un espacioso y fértil prado, donde crecer y desarrollar su hermosura. Los jacintos, con una parcelita muy bien ubicada y los cactus, en específico uno, al que le había tocado un minúsculo trozo de tierra. Un estrecho cubículo para un estresado oficinista. El cactus sintiéndose enjaulado, empezó a llorar y a llorar, hasta que no le quedaron más lágrimas y lo único restante era un cactus escultural, magnífico y esbelto, ya que sus gotas de tristeza habían servido de fertilizante, para que el cactus creciese en dirección al cielo, ya que debido a su posición no podía crecer en otra dirección. Y ya desde lo alto, contemplando los ya insignificantes rosales, que ahora eran borrosas manchas rojas, pudo aprender la más valiosa lección, que no importa donde hayas nacido sino a donde llegues, y este cactus llegó alto.

Hay días que me veo reflejada en un cactus, verde, con mucho potencial y llena de vida, pero con unos pinchos por si alguien se atreve a descubrirlo.

-Izagre